Y como hacen los presos en sus cárceles, vamos añadiendo palitos en la pared. Con este de hoy, llevamos ya trece.

Dicen que trece es el número de la mala suerte. Pero depende de dónde lo digas. En Vietnam, como en el resto del Este de Asia, la fobia es con el número cuatro. Lamento no tener memoria para eso, pero no recuerdo en este momento si en los hoteles en los que me alojé figuraba el piso cuatro entre los números del ascensor. La verdad es que estaba más pendiente de subir a la piscina de la última planta que de otros detalles.

El actual skyline de Hanoi no tiene nada que envidiar a los de otras grandes urbes, jalonado de torres y más torres en construcción que pugnan entre sí por ser la más alta.

Me acordé, entonces, de las torres de San Gimignano, en La Toscana, el pueblecito italiano que los cursis llaman «el Manhattan del medievo». Y me acordé porque, en el fondo, no deja de ser siempre la misma historia repetida siglos tras siglos: ese tipo de torres representan el orgullo, la soberbia… el poder.

Durante años, sin embargo, el «alojamiento» más famoso de todos era el llamando «HANOI HILTON HOTEL», nombre que le pusieron a la cárcel de Hoa Lo los prisioneros estadounidenses en «su» guerra de Vietnam. Y digo «su» guerra porque los vietnamitas han tenido varias: chinos, franceses, norteamericanos… Y de todas salieron adelante, no sin grandes sacrificios. Todo un ejemplo para nosotros en las actuales circunstancias.

Como también lo fue, todo sea dicho, el comportamiento de algunos ilustres prisioneros de guerra americanos, como Charles PLUMB (seis años preso), cuya historia conté aquí hace tiempo y puede consultarse en esta entrada de mi blog. O la de Jeremiah DENTON (ocho años preso), conocido porque, al ser obligado a realizar una conferencia televisada como prisionero de guerra, aprovechó la oportunidad para confirmar que estaban siendo torturados y para ello parpadeó varias veces sus ojos durante la entrevista, deletreando en código morse la palabra T-O-R-T-U-R-E (Tortura).​ No puedo dejar de citar, tampoco, al ya fallecido senador McCAIN, quien a punto estuvo de ser Presidente de los Estados Unidos y estuvo nada menos que cinco años preso.

Todos tienen en común que salieron adelante. Y para hacerse una idea de las circunstancias que afrontaron, me remito a la película «El Cazador», de Michael Cimino, con Robert de Niro y Cristopher Walken. ¿Quién ha olvidado las escenas del juego de la ruleta rusa?

Pero para películas de prisioneros de guerra, mi favorita, «La Gran Evasión, que para colmo también está basada en hechos reales. Ahora sería un buen momento para revisitarla. Los prisioneros aliados, así se relata, en ningún momento perdieron su dignidad, respetando el rango, la disciplina y hasta celebrando desfiles.

Como paradoja (lo dejo para quien la quiera ver), en ese campo de prisioneros el castigo era lo que llamaban ¡nevera!

Justo lo contrario de lo que nos pasa a los confinados por el dichoso cornavirus y que, después de «hacer inventario» de lo que hay en la mía, mamá por favor, tranquila, atenta al código morse: tengo-para-un-par-de-semanas.