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Acabo de cerrar la puerta de mi casa. Detrás dejo un lunes lluvioso, lleno de trajines. Aunque tengo todo el despacho digitalizado y, en realidad, no me haria falta manejar papel, me he traido los montoncitos de expedientes que habitualmente coronan mi mesa de trabajo. Los coloco ahora en mi comedor exactamente en el mismo orden, junto con la agenda y la lista de tareas pendientes. Todo sea para crear ambiente y, con ese atrezzo, mejorar mañana mi concentración.
Definitivamente, al mundo le hemos dado la vuelta. Antes uno iba a su casa a olvidarse de los problemas del curro. Ahora tiene la sensación de que no puede sobrevivir sin ellos.
Ha sido un lunes exigente, decia, y ello a pesar de no tener juicios que preparar ni vistas a las que asistir. Lunes de llamadas, gestiones con el banco y de preparar, también, unos cuantos escritos legales.
Hoy ha sido lunes de despedida, puesto que mi intención es la de no volver hasta que pase el estado de alarma. Por lo que voy contrastando con otros compañeros, creo que no voy a ser el único del gremio. Cerramos y al personal lo mandamos a casa, hasta nuevo aviso.
De hecho, ni corren plazos ni dejan -tampoco- presentar escritos que no sean urgentes. Me lo estoy viendo venir: se declarará agosto hábil y habrá que recuperar el tiempo perdido. Y en mi humilde opinión seria lo lógico. Se avecinan tiempos de mucho sacrificio.
Pero no todos los juzgados se han quedado sin trabajo o con servicios mínimos. Hay unos a los que le pasa como al Mercadona, que les faltan horas y manos. Son los encargados del Registro Civil que, según leo, tienen que abrir de lunes a domingo porque no dan abasto para inscribir tantas defunciones. Otros que también están entrenidos son los de jueces de guardia. Por lo visto hay más de quinientos detenidos por desobediencia.
Aunque podría justificar mi desplazamiento (la letra del Real Decreto lo permite para profesionales), para mí no ha sido plato de gusto salir hoy a la calle. De hecho circulaba con el temor de ser parado en cualquier cruce por agentes de la autoridad y tener que dar explicaciones.
Ya pasó. Sigue cayendo lluvia fina. Dejaré entreabierta la ventana para escucharla desde la cama.
Me vendrá bien, porque esta noche me voy a acostar cansado y también enfadado. Esto último por saber que hay gente intentando estafar a nuestros ancianos, primero, diciéndoles que tenían que desinfectarles el dinero (para quitárselo, obviamente); después, con la venta de unos supuestos test para detectar el virus.
Se dice que la primera víctima de una guerra siempre es la verdad; con lo de los bulos y las estafas que se van conociendo, ese principio se confirma. Decía el Coronel Kurtz (Marlon Brando) en su discurso final de «Apocalypse Now» que no había nada que detestara más que «el hedor de la mentira». Pues si, es detestable. Son detestables.
Pero lo peor es lo que ha contado hoy la Ministra de Defensa, de que el Ejército se ha encontrado en varias residencias ancianos abandonados a su suerte, rodeados de otros que ya habían fallecido.
Nuevamente se me aparece la imagen del Coronel Kurtz:
-«He visto horrores… horrores que usted no ha visto».
¿Qué nos deparará mañana?
Son casi las doce, sigue lloviendo…