Etiquetas
Leo en internet una reseña sobre Kurt Franz, comandante de Treblinka, y se me amontonan muchos sentimientos. De golpe. Sin avisar.
Recuerdo varios libros que he leído dos veces («El Gatopardo», de G. T. Di Lampedusa; «La fea burguesía», de Espinosa; «Cien años de soledad», de García Márquez; «Sostiene Pereira», de Tabucchi; «Crónica sentimental en rojo», de Fernández Ledesma; o «La autobiografía del General Franco», de Vázquez Montalbán, por citar algunos…).
Pero solo uno tiene el «honor» de haberlo visitado tres veces: «Treblinka», de Steiner. Siempre en verano y siempre en la casa de playa de mis padres. Menudo contraste entre las heladas llanuras polacas y el refulgente azul del Mediterráneo.
Antes pensaba que la vida era muy corta y que era una pena dedicar tiempo a releer libros que ya «conocía». Pensaba que a lo mejor me estaba perdiendo -ingenuo de mí- otros libros fascinantes, libros que esperaban su turno acumulando polvo en la estantería.
Sucede que un libro nunca cambia; es una foto fija e inmutable y, sin embargo, al releerlo con años de diferencia, parece que ha mudado el texto, sí, hasta que te das cuenta de que, en realidad, quien ha cambiado eres tú.
Esa lectura, revisitada, se convierte -entonces- en un espejo insobornable que, cada vez que le preguntas, te responde reflejando una imagen distinta acerca de qué es la vida, sus afanes y sus miserias; y concluyes que la línea que nos separa entre ser «humanos» y unos monos gritones -ridículamente agresivos- es fina, muy fina.
Tan fina como las pavesas que salían de aquellos hornos crematorios.
P.S. El artículo era este: