Otro lunes que por fin es lunes. Con el mejor desayuno y amanecer posibles.
Atendidas las circunstancias, se entiende.
El día treinta de este tiempo suspendido será el día internacional de muchas cosas pero, por caer en el 13 de abril, también lo es «del beso». De momento, y no sabemos hasta cuándo, tenemos que conformarnos con mandarlos así, sellando los labios con la pantalla del móvil. Después… ya veremos.
Coincidiendo con el final de la Semana Santa, nuestro Gobierno ha tenido a bien «deshibernarnos». O como se diga. Mi actividad profesional -por otro lado- me permite salir a la calle, si bien con las limitaciones que todos ya conocemos. Vence plazo para presentar los trimestres en Hacienda (no me fío de que la Sra. Ministra al final los aplace). Y tampoco me queda mucha comida que digamos.
Puede parecer una boutade -sobre todo cuando el personal anda como loco por pasear perros y bolsas del Mercadona- pero a mí no me hace ninguna gracia pisar la calle.
Así que he diseñado, al milímetro, un plan perfecto para ir al despacho, hacer luego la compra y a la vuelta -que me pilla de paso- ver a mis hijos en persona, guardando la distancia, eso sí. ¿Notarán si les lanzo un beso a través de la mascarilla?
Mientras me preparo, oigo el sonido de la grúa de la obra de enfrente. Parece que es cierto, que hoy se despereza la actividad económica. O una parte de ella.
Después de dedicar un rato a recortarme la barba (da igual que lleve mascarilla o no), me visto con vaqueros, camisa azul, corbata con topos blancos y una chaqueta sport. Aparte de salir bien en la videollamada que tengo programada para las once, quiero hacerme un selfie en mesa de despacho con la mascarilla. De recuerdo (espero).
Además, visto lo que se dice y escribe por ahí, corro el riesgo de que me pare la Policía. O un comando del Ejército. Y no sé por qué, creo que con la chaqueta y la corbata igual resulta más creíble exponerles que mi propósito es ir a trabajar. Porque no quiero que me pase como al pianista de Polanski y tener que gritar eso de:
-¡No disparen! Soy polaco…
En el coche el reloj todavía marca, todavía, una horita menos. Ahora caigo en la cuenta de que en un día de estos suspendidos tuvimos que adelantar los relojes.
Apenas salgo de mi garaje cuando, como todos los días, transito por la calle «MAESTRO JOSE RAMON SAEZ», calle que dedicaron en su día a mi abuelo paterno (para el que no lo sepa). En cualquier caso, al ver mi nombre en la placa y circulando despacio por una calle desierta, siento que estoy viviendo un especie de Show de Truman. Sí, a mí también hay veces que me pasa.
Conforme me acerco a mi oficina y después de un mes sin hacer el recorrido, noto cómo los solares tienen la hierba más alta. Y veo también muchas, muchas flores. El tráfico es fluido, las calles lucen limpias y hasta la estación de servicio informa de que el gasóleo ha bajado del euro. No todo va a ser malo. Aun así, no me termino de fiar de las supuestas bondades de este ¿sueño?. Me pregunto si funcionará el ordenador después de treinta días o me tendrá bloqueado un buen rato mientras se actualiza.
Después de hacerme el selfie para el recuerdo, la mañana se va llenando de imprevistos y de llamadas… Apenas he tenido un rato para hacer el cappuccino de costumbre.
Cuando se hacen las 14:30 horas me tengo que volver a casa a comer, por supuesto sin comprar nada y sin ver, tampoco, a mis hijos.
Adiós jornada planificada, adiós. Tengo que volver por la tarde -me digo- puesto que no se han quedado presentados todos los trimestres.
Y es que, como dijo Helmuth Von Moltke,
Ningún plan de batalla sobrevive al contacto con el enemigo
Y de regreso a casa, justo cuando estoy recordando esa frase -lo juro- veo un cartel de publicidad enorme, junto a un salón de celebraciones, en el que aparece la foto de dos jóvenes sonrientes y la leyenda:
«Se nos casan Ramon e Isabel – 7/11/2020»
Pues eso.
Que hablando de hacer planes, chavales, que tengáis toda la suerte del mundo.