Quienes han pasado por mi despacho a hacer prácticas recordarán que lo primero que hago es llevarlos a la sala de juntas, donde tengo colgada la toga, para -acto seguido- hacerles una foto con ella puesta.
–«Ale -les digo- por si al final eres o no abogada, no te quedes con el hipo dentro». Y les invito a que le manden la foto a su mamá o a su pareja. O la cuelguen en Instagram, si les apetece.
Está claro que el hábito no hace al monje y vestir «la bata negra» (como la llama la abuela de una buena amiga), o el «traje de Batman» (como también se le conoce por los ambientes), no te convierte en abogado.
Hoy he leído que entre la batería de medidas que propone el Ministerio de Justicia para recuperar el tiempo perdido durante esta crisis será permitir celebrar juicios sin toga. Imagino que están pensando en los que no tienen una propia y las cogen prestadas en el servicio que cada colegio tiene habilitado al efecto.
Un servidor, que antes de que el virus campara por sus respetos ya tocaba las botoneras de los ascensores con la llave del coche, por el mismo escrúpulo se compró -en cuanto pudo- una toga hecha a medida aprovechando un viaje a Madrid. Entonces ya me precupaba contagiarme de cualquier cosa (no solo de un virus), porque había que ver en qué condiciones te dejaban las togas compartidas (sobre todo en verano). La toga que tengo ahora es mi segunda toga, pero esa no es una historia para contarla por aquí.
El caso -decía- que a mis pupilos les pongo mi toga y luego los llevo «pegados a rueda» a hacer juicios, comparecencias, asistencias a detenidos, visitas a organismos públicos y, por supuesto, cuando ello no cause problema, atendemos a los clientes juntos, para que aprendan a analizar los casos tan cual nos los cuentan y no como les plantean los casos prácticos en su universidad.
Debe ser que, al venir de una familia de docentes (por parte de padre y de madre, de abuelos paterno y materno, tíos y demás familia, como en las esquelas), algo de afición a la didáctica me ha quedado. Por eso y, también, porque es lo que yo quise en su día para mí cuando hice mis prácticas.
En general lo pasamos bien, se acoplan al ritmo y hasta nos echamos unas risas. Alguna vez, incluso, los he subido a estrados para que sientan el vértigo de la profesión, más allá de la idea que se traen de las películas que han visto.
Me gusta jugar con ellos a una suerte de juego que podría llamar «La Toga de Damocles», para que sientan el peso de ese trapo negro; que a veces pesa y mucho.
Damocles era un cortesano que iba diciendo por ahí de Dionisio I, tirano de la ciudad de Siracusa (hablamos por supuesto de Sicilia, siglo IV a.c.; como en las Chicas de Oro), que era un tipo muy afortunado, porque disponía de riqueza y de poder. Dionisio, que tenía muy mala leche, le quiso dar un escarmiento y se ofreció a intercambiarse con él por un día, de forma que pudiera disfrutar de primera mano de su supuesta «suerte». Esa misma tarde se celebró un banquete donde Damocles gozó siendo servido como un rey. Al final de la comida se le ocurrió mirar hacia arriba y reparó en una afilada espada que colgaba sobre su cabeza, atada por un único pelo de crin de caballo.
Inmediatamente se le quitaron las ganas de comer y menos de retozar con las hermosas mujeres que había pedido, así que pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que «ya no quería seguir siendo tan afortunado».
Una vez se me tuvo que ir mucho la mano con mi juego. Esa mañana habíamos estado en Molina de Segura, en una comparecencia; luego nos fuimos a Cieza a otro señalamiento y luego volvimos a Murcia, autopista para abajo, para intentar llegar a tiempo y presentar unos escritos por registro. Al terminar la jornada la chica que entonces estaba en prácticas me dijo:
-Jose, espero que no te moleste, pero tengo que hacerte un comentario.
-No te preocupes, dispara.
-Verás, estoy observando el ritmo que llevas, las llamadas, las visitas, los plazos y los juicios. Creo que no voy a ser abogada. Es que… no me gusta tu vida.
-No te preocupes -le contesté-. A veces a mi tampoco me gusta.
Semanas después esta chica dejó el despacho para hacer prácticas en una empresa, nada que ver, por supuesto, con el ejercicio profesional; y, cuando escribo estas líneas, me consta que le va muy bien por Madrid. Por supuesto, lejos de cualquier cosa que huela a estrados o a la toga de Damocles.
Foto: de la toga de Damocles a la toga NBQ