Aparte de ser una entretenida historia de «mujeres fuertes», en la Trilogía del Batzán, de Dolores Redondo, se nos cuenta que entre la niebla y las sombras del Valle del Batzán se esconde una suerte de «guardián invisible», el Basajaun o «yeti vasco», cuya mención me trajo a la memoria lecturas infantiles sobre el llamado Bigfoot por los indígenas de Norteamérica, o las aventuras del mismísimo Tintín, que se fue al Tíbet en búsqueda del Yeti.
Son criaturas fantásticas, a la par que aterradoras, de las que no existen fotografías ni otros testimonios gráficos, pero de las que todo el mundo habla y hasta conoce a alguien que a su vez conoce a alguien… que sí las ha visto.
¿Cómo empieza un mito?
En Murcia no hay oscuros hayedos, como en el Valle del Batzán y, ni mucho menos, nieves perpetuas, como en el Himalaya. Ocupamos un terreno semidesértico que, a este paso y para cuando salgamos del confinamiento, no lo vamos a reconocer. Porque las estadísticas confirman que no ha habido un marzo tan lluvioso desde los años 40. Y abril tampoco se quiere quedar atrás.
Parece ser que lo de la avioneta dispersadora de nubes es cierto: podremos dar fe, durante generaciones, de que mientras el «Tío de la Avioneta» estuvo confinado (o en un ERTE), aquí llovió a mares.
Y hablando de mares -o de surcarlos- hoy nos llegan noticias de que después de estar confinados en una jaula de oro, acaban de desembarcar en Barcelona unos cruceristas que iban a dar la vuelta al mundo y que, cuando han regresado, se han encontrado con que el mundo se ha dado la vuelta.
No creo que en su periplo pasaran por Polonia lo que es una pena, porque Cracovia es una ciudad que, además de ser Patrimonio de la Humanidad y un lugar imprescindible para conocer, también es una ciudad de leyenda.
Entre las muchas que se cuentan por allí la más romántica -al menos a mí me lo pareció- es la historia del trompetista, y eso que las malas lenguas dicen que se la inventó un periodista americano, pero de la que yo no dudo que sea verdad.
Porque yo estuve allí y lo oí tocar. De verdad.
Una buena amiga me enseñó una vez que debía confiar más en lo que sentía que en lo que pensaba.
Así que, si mis ojos lo vieron en la torre y mis oídos escucharon su trompeta, ¿cómo iba a ser una leyenda?