«Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero». Qué gracioso, ¿verdad? O no. La polémica sobre el humor negro no es nada nuevo. Este chiste, publicado en un tuit cuatro años antes de acceder al cargo público, le costó un buen chaparrón de críticas a un concejalillo de Madrid cuyo nombre –afortunadamente para él– ninguno recordamos.
Despedimos la segunda quincena de julio y se me ocurre acercarme a ver un monólogo en el último local de moda, donde me encuentro público mayoritariamente treintañero, gente guapa con ganas de pasar un buen rato y aprovechar que el calor nos ha regalado una tregua.
Por fin empieza el espectáculo. Abre fuego un telonero que cuenta chistes sobre su abuela y no sé qué más cosas sin gracia (chaval, de verdad, intenta ganarte la vida con otra cosa), hasta que se prueba con los Borbones, un chiste con elefantes, escopetas y especulación histórica sobre si el Rey emérito pudo reinar -precisamente- porque mató a su hermano. Como en los toros, hay división de opiniones entre el público, aunque la mayoría le ríe la gracia. Envalentonado, entra a saco con Auschwitz y algunos nos miramos con incomodidad. Afortunadamente, decide cortar y dar paso al artista principal, que no es tonto y ha captado cierto malestar en el ambiente. A lo mejor –pienso– es porque me ha visto el careto, ya que estoy sentado en primera fila.
Se arranca con un mitin y dice que esto del humor se ha complicado mucho, que es mejor contar «chistes sobre hombres», porque «a ellas no les molestan y nosotros no los pillamos». Bien por ti, has estado torero –me digo–. Aunque cuando cuenta un chiste sobre Madeleine (la niña desaparecida en Portugal), nos espeta -tramposo él- que si nos reímos de estas cosas nos convertimos en sus cómplices. Y ahí es donde surge mi incomodidad. Que me haga partícipe de ello.
Cuando vuelvo a casa no puedo evitar acordarme de los chistes que se hicieron a costa de Julen, el niño que murió en un pozo en Málaga, y cuyo autor, humorista tuitero, está siendo procesado por la vía penal.
Como jurista me repugna imaginar que se castiguen delitos «de pensamiento» y creo que el Derecho tiene mecanismos de sobra para prevenir o, en su caso, mitigar, el daño gratuito que se causa a otros semejantes por algo tan estúpido como conseguir un ”me gusta” o una risa fácil. Pero no olvidemos –tampoco– que la chanza supone una nueva victimización que, por si fuera poco, se reproduce “ad nauseam”, merced a las redes sociales. No debería salirle gratis.
En el fondo, creo, es un problema que tiene más que ver con la empatía, la educación y el respeto. Y con la inteligencia (o la falta de ella), porque pocas cosas hya en la vida que respete más que a alguien que se sube a un escenario para hacerte reír o llorar sin más acompañamiento que su ingenio.
Es por ello por lo que seguiré acudiendo a este tipo de monólogos veraniegos, sobre todo para ver si el año que viene alguno de estos “cómicos” tiene huevos a contar chistes sobre violaciones en manada, asesinatos de mujeres (y sus hijos), o a costa de los ahogados en el Mediterráneo.
Y no digamos ya sobre Mahoma. Entonces sí, campeón, ese día te grabo y lo viralizo en redes sociales. Ya verás qué risa nos va a dar a mí y a tu abuela.