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Sábado de abrir los ojos y remolonear en la cama, de no levantarme hasta que suena el despertador (los findes lo tengo puesto a las 08:30 a.m., dos horas más tarde de cuando suelo despertarme). Cuando se puede -y ahora se puede- da gusto quedarse un ratito leyendo. Son cosas que, antes de que llegara este tiempo suspendido, eran todo un lujo. Así que por qué no aprovecharlo.
Releo el cuento «La casa tomada», una joya de Julio Cortázar. Y cuando lo termino reflexiono: ahora somos nosotros los que hemos “tomado” nuestras propias casas. Nos hemos convertido en “los otros”, en los “extraños”, en los visitantes… en los “okupas”. Somos fantasmas asustados vagando por un pasillo.
Esta mañana amanece con un sol radiante; cuando me canso de la lectura me pongo manos a la obra y, antes que nada, le pego un buen repaso a la terraza. Es una de las cosas que me encantaron del piso donde vivo que, como he dicho antes, disfruto muy poco por las prisas del día a día. La faena incluye labores de «peluquería», esto es, sanear las puntas de mi «Pinchosa», que con ese nombre llamo a la única planta que me ha sobrevivido todos estos años (atrás quedaron «Tina» y «Zumba», descansen en paz). El remate vendrá con la extensión de mi hamaca (regalo de Brasil, obrigado) y todo listo para «salir de finde». Que es sábado, qué narices, y hoy no trabajo.
Con la limpieza aún a medio, avisa mi teléfono móvil que hoy, como todos los sábados, tengo clase presencial de spinning. Qué risa. En el móvil otro mensaje gracias al cual caigo en la cuenta de que llevamos ya catorce dias de cuarentena y, no teniendo síntomas, en sí misma es una buena noticia. Vamos bien.
Es pronto para decirlo pero a lo mejor no vuelvo más al gimnasio y, para cuando esto pase, me planteo seguir haciendo las rutinas en casa. Será por vídeos y aplicaciones… Ole por los visionarios, por los que se adelantaron e invirtieron. Ni ello se lo podían imaginar, claro, pero ahora tienen su premio. Como sucede también con «Bizzum» (pagos con el móvil; mamá, toma nota). O con «Zoom», plataforma para videoconferencias cuyo servidor tiene que estar echando humo.
Otra que se va a hacer famosa -si ya no lo era- es la voz chillona y desagradable del Spotify. Esa que te suena a mitad del Chi Kung para molestar e invitarte a que te hagas «Premium».
Me he tomado en serio lo de «no salgas de tu puta casa»; tanto que, hoy, despues de cinco días sin ni siquiera salir al rellano, he vuelto a pisar la calle, y solo para tirar ¡cinco bolsas de basura! (desde el punto de vista de la sostenibilidad esto hay que hacerselo mirar, porque aquí solo vive una persona…). En el ascensor he pensado «si me ve la Policía, me detiene seguro», pero no por incumplir la norma, que no era eso, sino porque espejo me devolvía la imagen de un ninja: solo se me veían los ojillos.
Y parece que la tónica va a ser esa porque, entre película y película, leo esta noche que a partir del lunes se le va a dar otra vuelta de tuerca al confinamiento.
Hoy termino mi diario antes que de costumbre, porque estoy enganchadísimo con una trilogía de películas llamada «RED RIDING» (Amazon Prime), basadas en otras tantas novelas que David Peace ambientó en la Inglaterra de los años 70 y 80, los años duros de la Sra. Tatcher. Novela negra con tintes sociales que, cuando la leí, me gustó mucho y cuya adaptación al cine está a la altura.
Estoy tranquilo, no obstante, porque todavía sigo siendo parte de ese club que todavia no ha visto «Juego de Tronos»; pero me preocupa, eso sí, que pase este tiempo suspendido y termine enganchado a Netflix. No es que tenga nada de malo eso, al contrario, pero es que me acuerdo de un meme que circulaba hace un año y decía algo como esto:
-¿Qué tal tu vida amorosa?
-Veo muchas series.
«CON SOMBRAS, HACIA LA LUZ»
Hoy, como siempre, los primeros rayos del sol tocan con insistencia en las ventanas de mi rostro para que abra sus hojas poco a poco. Son las 6:45, estoy muy a gusto, pero nada me retiene ya en el dulce abrazo de Morfeo y su somnífera nana, aunque tampoco hay apetencia por ello.
Aún entrando la calidez del día, sigo navegando por mi mente, entre las sombras todavía presentes a mi alrededor.
«Sombras», lo medito en el momento en el que una imagen dulce, aparece entre los pasajes vividos por mi.
Me centro en la imagen. No busco alabarla, pero mucho menos denostarla o tratarla mal. Reflexiono en los momentos de felicidad que llenarían toda una vida con un amor que todavía puedo percibir, como la propia caricia de la cálida luz que sigue llamando.
Visualizando la imagen, observo en mi meditar un trío que, cerca de ella, sonríen como si el tiempo se hubiese detenido.
Son sus hijos y su marido quienes a su lado se sienten uno, conmovedoramente serenos, además de felices.
Sin embargo, esa imagen ya no se repite, no se reproduce en el tiempo, porque los caprichos de este vivir son de difícil comprensión.
Me he quedado pensando, sonriendo con nostálgica mueca. No hay más, ya no están. Parece que el tiempo es el gran causante de que todo cicatrice, así como de que la memoria, la verdadera memoria, se pierda. En este caso, al menos mientras yo viva, seguiré recordando esa inspiradora imagen para desentrañar los ejemplos que dejaron tanto ella, como su familia.
Hoy, la mujer de la imagen se debate entre la vida y la muerte en un hospital saturado por la insensatez humana, donde hace dos días falleció su marido. Un lugar al que no dejan entrar a sus hijos para despedirla. Solo la sonrisa infatigable, grabada en los rostros plenos de cansancio, que los paladines de las batas blancas portan, hacen digna su lucha.
Recuerdo también las historias narradas alrededor de una hoguera. Experiencias contadas con alentadora pasión de cómo vivieron bajo la amenaza de balas, de hambre, del despotismo de los amos o de la propia represión enviada por un régimen que amordazaba a quienes querían tener voz.
Entonces, una brillante lumbre de vida, fuego oscuro a día de hoy, donde la muerte acecha con ansia. No hay guerra más cruel que la que luchas sabiendo que vas a perder, pero tampoco hay lucha más digna, que la peleada con bravura aún sabiendo de la derrota para ti, pero con plena convicción de que será una victoria final en la guerra, para que la humanidad salga triunfante.
Como diría mi ínclito amigo de recuerdo eterno, Don Antonio López Baeza: «compartir es el objetivo de la vida, así como su finalidad proviene del amor».
Puedo imaginar a mi hermosa amiga de cara plagada de experiencia. Se que sus ojos tendrán la expresión de la comprensión, del agradecimiento…, cuando lleguen los ángeles blancos que velaron por ella estos días, en el momento de decir adiós, sin poder decir nada, pero relatando todo. Se que se irá llenando de esperanza el corazón de quienes la habéis cuidado con todo vuestro ser.
Las lágrimas recorren mi rostro con incontrolada emoción al escribir estas palabras, ya que siento muy profundamente que tanto amor se nos vaya sin un abrazo de aquellos por los que tanto lucharon.
A sus hijos les llegarán las cenizas de toda una vida de entrega, de pasión, de tesón, de fe, de alegrías, de lecciones compartidas… Será la constatación final de su entrega.
Ahora son ellos, quienes sin haberse podido despedir, darán homenaje a sus padres intentando seguir el legado de quienes nunca se rindieron.
Por fin abro los ojos. Veo las ventanas de mis vecinos y las nubes que nos sobrevuelan, al tiempo que oigo música o a los pájaros cantar. Es obvio que en este instante soy más consciente de que la vida debe seguir, de que muchas personas olvidarán, de que a otras ni tan siquiera les va a importar, ya que están por encima o solo se preocupan por ellas, mientras que a otras jamás se nos olvidará el legado de quienes nos precedieron y su determinado ejemplo de dar.
Así seguirá la vida, hoy, como siempre, continuaremos caminando «con sombras, hacia la luz».
Arajima A.M.
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