Escribo estas líneas “confinado” en mi despacho, después de una larga y agotadora jornada de trabajo que ha incluido un poco de todo; por no faltar, no ha faltado ni siquiera una videoconferencia.
¿Era esta la vida que teníamos antes? ¿La de salir a las tantas con la mesa repleta de “qué-hay-de-lo-mío”? Bueno, es lo que toca. Los plazos aparecen -amenazadores- en el horizonte.
He recibido -por otro lado- mi primer señalamiento de fecha para un juicio que se había tenido que suspender por la pandemia. Será, si no pasa nada, el próximo ocho de junio.
Buen síntoma: no lo han puesto a la cola. Alegría para mí y para mi cliente.
Entiende servidor, por otro lado, que va llegando el momento de ir poniendo fin a esta especie de “diario del coronavirus”, uno más de los miles que -imagino- se habrán estado escribiendo. Cada cual a su manera, cada cual a su estilo.
Eso no significa que no tenga cosas que decir, ni mucho menos. Solo que, como no estamos en Mercurio, el día terrestre “solo” tiene veinticuatro horas. Y hay que priorizar.
Además, como cuando se cae la primera hoja de otoño, el karma -o lo que sea- me ha mandado aviso.
Esta mañana cayó en mi terraza el dibujo de un niño. Lo trajo el viento. Cuando lo he visto lo he vuelto a dejar en la mesa para que el viento se lo llevara a otro sitio (no lo iba a tirar la basura). Para mi sorpresa, cuando he salido de la ducha, el viento me lo había metido en el salón.
El dibujo tiene al sol en una esquina, un arco iris, un pájaro y hasta una liebre (al menos eso parece, por el tamaño de las orejas). En el aire, flotando, figuran varios corazones multicolores.
Yo quería desprenderme de esta especie de «pájaro herido» pero, por lo visto, ha encontrado la casa acogedora y ha querido echar raíces. Será verdad eso de que dentro hay mucha paz. O le habrán gustado las macetas.
Después de pensar qué hacer con él (insisto, no se me ocurriría tirarlo a la basura), he decidido volver a colgarlo -a falta de otro sitio mejor- en el ascensor de la comunidad, junto al cartel de la empresa de limpìeza que dice que el próximo miércoles tenemos que sacar los vehículos del garaje.
Así que, si el aprendiz de Velázquez lo ve mañana cuando baje al parque, podrá rescatarlo.
Mientras tanto, espero que sirva de aviso a navegantes y recordatorio de lo que hemos pasado. Para que no se relaje tanto el personal.
Precioso dibujo y precioso gesto el no deshacerse de él. Proteger la infancia es una prioridad que muchos olvidan. Son nuestra propia jubilación ( y no digo económica).
Preservar la infancia no consiste en colmarlos de lo material sino en dejarles un capital emocional óptimo.
Mi humilde opinión.
Gracias 🙏🏼.
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Gracias a Ud. por opinar. Un niño que lee, que baila o, como el del relato, que dibuja, es siempre un soplo de aire fresco.
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