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A primera hora arranco el motor y en el salpicadero de mi coche no se me enciende la luz que semanas atrás me avisaba de un problema con el colector de gases. ¿Es posible que con la atmósfera más limpia se haya purgado la carbonilla?

Esa señal -o mejor dicho, su ausencia- me arranca la primera sonrisa del día. A veces, solo a veces, es mejor dejar que las cosas se arreglen por sí solas. En otras ocasiones, en cambio, puede resultar catastrófico.

Al salir del trabajo observo que han aprovechado la mañana para repintar las señales de la avenida. Después de tanto tiempo las veo de otra manera. Las flechas que indican el sentido de la marcha también ordenan la vuelta a casa. Nada de aperitivos. Nada de tapeos.

Hoy es otro viernes que no es viernes. Es la dictadura del tiempo suspendido.

Pero son señales que pueden interpretarse, también, como de esperanza: «Están engalanando las calles -me digo- para cuando podamos desfilar, triunfales, por ellas». Ya queda menos.

Del otro lado de la frontera, en otras latitutes, me contaron que el camino de ida y vuelta a casa se transita de otra manera. Nada de avenidas rectas. Allá se conduce abrazado a la línea de la costa, con la mirada fija en los destellos de los faros. Han sido muchos días soportando sus guiños, semanas resistiendo sus señales. Demasiadas.

De Ultramar me llegan noticias de que algunos dirigentes supieron dar la orden de confinamiento a tiempo. Otros, en cambio, han dejado el cuerpo muerto y la población paga las consecuencias. Son noticias que me suenan a crónica de otros tiempos.

Como por ejemplo, las de la Orquesta Romántica Milonguera. Recuerdo que una vez me dijeron lo importante que son las marcas en los tangos. Incluso antes de que saques a nadie a bailar. Basta con una simple mirada, con un leve gesto en la barbilla. Aprende pronto el ritual, te avisan. Atento a las señales. Cuidado con a quien señales.

Y cuidado, también, con lo que te encuentras cuando buscas señales.

Heródoto nos cuenta que una vez el oráculo de Apolo, en Delfos, le dijo a Creso: «Si cruzas el río Halys, un gran ejército será destruido». Este rey creyó que era un anuncio de victoria, la suya. Pero lo cierto y verdad es que fue derrotado por Ciro, y el ejército que fue destruido fue el suyo.

En España se habla ahora de que en febrero había indicios de enfermos contaminados con el bichito que pasaron inadvertidos por no haber aplicado los protocolos. Que se trataron como gripes corrientes. Y que no hubo un solo foco de infección, sino varios.

Las señales son objetivas, neutras. La vida te las plantó ahí para que las vieras a la ida, sí, pero sobre todo a la vuelta, cuando llega el momento del conocimiento retrospectivo.

No tienen ideología, ni género; tampoco sentimientos ni remordimientos.

Como el oráculo de Delfos.