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En estos días de tiempo suspendido se acaba estrenar en Antena 3 la serie «La Veneno«. ¿Hay alguien que no la recuerde?
La promoción y el bombardeo que llevamos me ha hecho volver a los años 90, cuando empezaba mis primeros pasos en la profesión. Recuerdo llamadas de trabajo que siempre empezaban igual: «Jose, Jose… ¿viste anoche la TV?». Y a continuación seguía una parrafada sobre el «monotema». Porque La Veneno era muy especial: una chica con «un tiburón entre las piernas». Tiempo de tele pública que competía con varios canales privados. Pero no había color: el tiburón de «La Veneno» se comía todo el share (o como se escriba) de esa franja horaria.
Hoy, como ayer y anteayer, y antes de anteayer, el monotema es el coronavirus. Y no hay llamada -o videollamada- profesional que no empiece y termine con lo mismo. Si lees sobre Derecho pasa otro tanto: ¿dónde quedaron los sesudos artículos sobre abusos bancarios, tarjetas revolving y demás? Y no digamos ya si le tiras a la prensa, que la sección del cuore o la del fútbol no hablan de otra cosa. Cada periódico es un monográfico.
Pero, entre tanta dosis de monotema, «La Veneno» se ha vuelto a hacer de notar. Porque fue una tía valiente. Una pionera.
Ahora somos todos pioneros. Empezamos a manejarnos con soltura en las videoconferencias. Y lo mismo da que sean para juntas de socios que para cursos de cocina, de pilates o de baile. De expertos en pandemias a maestros del teletrabajo. Los cuñados plastas, al acecho. Siempre prestos para dar lecciones. No os pongáis tristes si la próxima Nochebuena se tiene que celebrar con Zoom. Pensad en lo maravilloso que es poder darle al «mute» al que se ponga quisquilloso y a dar por saco con la última de Podemos (o de Vox).
Esta tarde he participado en un cumpleaños sorpresa, de esos que tan de moda se ha puesto organizar últimamente. Meses antes de que llegara el confinamiento teníamos reservado el Casino de Murcia; pero eso se quedará para mejor ocasión. Lo hemos tenido que hacer a través del guasap y no ha salido del todo mal. Tanto que se repetirá la quedada. Pero ya con el Zoom. Se va a hacer de oro.
Vivimos un momento histórico en el que, por vez primera -creo-, toda la población es víctima y protagonista de esta guerra en la que, también ello es novedad, el frente y la retaguardia conviven en el mismísimo rellano. Pero, aunque sea en chándal y zapatillas, no deja de ser una guerra.
El Premier británico está en la UCI. En NY, leo, no dan abasto con los muertos y ya se plantean crear fosas comunes «temporales». Y en Japón, se decreta la alerta sanitaria por primera vez en su historia. Es la Tercera Guerra Mundial.
Así que, de momento, no saldré de casa; como pronto, hasta el lunes que viene y ello en función de lo que me duren las provisiones. Porque de algo tenemos que morir, sí. Pero yo no querría ser el último muerto de esta guerra. Sobre todo cuando parece que a lo lejos, mirando hacia China, se vislumbra un armisticio.
Hoy, a las 20:00 horas, vuelven a oírse los aplausos y el himno nacional, tanto en la versión que suena cuando Nadal recoge su enésimo Roland Garros como el oficioso del «Resistiré».
Y de nuevo, hoy, a lo lejos se oyen tambores destemplados.
Son tambores Semana Santa. Son Tambores de Guerra.