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«Cuando una persona elige una opción suceden tantas cosas por la noche, subterráneas, a escondidas, que quien elige es el último en percatarse»

R. POWERS («El clamor de los bosques»)

Sea por el vuelo de una mariposa o por elección propia, siguen pasando cosas. En la medida de lo posible, prefiero que sean por elección mía. Cuando ello no es así, solo queda sentarse y disfrutar del espectáculo.

Hoy amanece gris y con lluvia fina. Otro regalo para los sentidos. Me concedo el placer -otro más- de desayunar en la terraza.

A esta hora la calle es un ir -sin venir- de turismos, grúas y furgones. Son cerca de las 8 a.m., que es la hora en la que se reinician los trabajos en la obra de enfrente. Observo que la vida sigue su curso. Como en un teatrillo.

Los vecinos se van desperezando; encienden las luces y miran por la ventana. En mi calle, justo debajo, una patrulla del Ejército ha parado a una pareja que -al menos, eso parece- ha salido a tirar la basura. Entiendo la suspicacia de los militares y aguardo el resultado. Resulta que he cambiado el puente de mando por un palco.

Mirar, observar…

Hacía tiempo que quería hincarle el diente a «LA MIRADA DE ULISES» (Theo Angelopoulos – 1995), de la que tenía referencias a través de anteriores lecturas relacionadas con la Odisea. Y este pasado domingo consideré que era el indicado. Porque necesitas un domingo y, además, de tiempo suspendido, para ver una pelicula que dura ¡176 minutos!

El mito de Odiseo ha sido contado una y otra vez. Es, entre otras cosas, el relato de viajes por excelencia. Esta versión cinematográfica cambia la guerra de Troya por la de Bosnia. Y al protagonista, por un cineasta griego. Ítaca es Sarajevo, aquella ciudad de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984. «Mira, mira, papá. En lugar de España han puesto Spanija» -decía yo inocente mientras veíamos por televisión el desfile de apertura.

Años después la guerra acabó con ese recuerdo. Y con la inocencia.

Imposible no establecer paralelismos: el telediario de entonces abría, como el de ahora, con imágenes de instalaciones deportivas convertidas en morgues y la gente sin poder salir a la calle. Allí la cosa era más seria que arriesgarte a una simple multa. Te jugabas, literalmente, la vida en el pim pam pum de la famosa Avenida de los Francotiradores.

No estoy frivolizando. En poco más de un mes en España estamos contabilizando 19.000 muertos. Aquí también te juegas la vida si sales. Lo que pasa es que no todos son conscientes de ello. Esta vez, la pareja ha tenido suerte. Después de una charla, los militares les dejan seguir.

Me da cierto pudor consignar aquí que se me ha roto el altavoz con el que estos días estaba escuchando música. No querría que me pasara como con aquella historia que me contaba Pepito «El Bombón», cliente, amigo y maestro de tantas cosas, y al que Dios tenga en su Gloria.

Pepito era capaz de llamar a cualquier hora para hacerte una consulta:

-«Maravilloso -me llamaba así-, perdona que te moleste a estas horas. Ya sabes que a los amigos se les tiene para dos cosas. Para gorronearles tabaco y para darles por culo. Y como tu no fumas…»

Te contaba, a continuación, muy serio él, que estaba nervioso; tanto como su amigo ese que fue a un velatorio y, cuando le tocó dar el pésame, de lo atorado que estaba no se le ocurió otra cosa que decir:

-«Desde luego, Fulano, hay días en que es mejor que no amaneciera: a tí se te ha muerto tu padre y a mí se me ha perdido el mechero».

Y entonces El Bombón me soltaba una carcajada al otro lado del aparato que me sonaba igual que la de su paisano, el actor Paco Rabal. Otro genio y figura.

Cómo te lo diría ahora, Pepe.

Que en el tiempo suspendido también hay opción a que pasen cosas.

Ojalá me pudieras llamar mañana temparano y pudiera contarte lo que me merece la pena amanecer.