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«Pero el viajero que huye,
Tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido que todo lo destruye,
Haya matado mi vieja ilusión,
Guarda escondida una esperanza humilde,
Que es toda la fortuna de mi corazón»
(CARLOS GARDEL – «Volver»)
A las seis y cuarto de la mañana todavía es de noche. Aún así, ya se oye el piar desenfrenado de los pájaros. Desde no se sabe dónde también se hace notar un gallo ¿Será su primer canto o acaso el tercero?
Ya vino el calor y se duerme con la ventana abierta.
¿Da tiempo para un café?
Es casi la hora de que pase el primer tranvía y espera una jornada intensa. Aún no sabes si llegarás a todo. Solo que tus hijos vienen a pasar el fin de semana contigo y que tienes que llenar el frigo.
Han pasado más de setenta días desde la última vez que estuvieron aquí. Setenta días o más que han pasado como un suspiro. Un simple soplo de vida, como dice el tango.
Apremia el trabajo.
-Te he llamado esta mañana, compañero, pero tenías el móvil desconectado. O fuera de cobertura.
-Sí, es posible. Tenía que entregar un encargo antes de la hora de comer y necesitaba silencio para concentrarme.
Silencio.
¿Qué evento había todas las tardes a las ocho? ¿Eran aplausos? ¿Dijimos a las ocho?
Me asomo al balcón. Se acabó.
Silencio.
Contrasta con la algarabía vespertina del parque. O la del paseo de la avenida.
Los de las «zapas» con el logo de la victoria corren por el asfalto para no cruzarse con ciclistas y mujeres con carrito. En las esquinas se hacen corros. También a la salida del tajo. Los observo en silencio.
En el súper concluyo que estamos aprendiendo a hablar con los ojos. Un leve parpadeo equivale a un asentimiento. Un gesto a la izquierda -o la derecha- a un «usted primero». Las viejas fómulas de cortesía, recicladas.
El orden lo imponen las cajeras y los guardas de seguridad: uso obligatorio de guantes; el ascensor de uno en uno; el carrito me lo pone usted de esta manera…
La nueva autoridad.
Ahora caigo que los soldados volvieron a sus cuarteles. Ya no se les ve en los cruces, ni en las rotondas.
Marcharon en silencio.
El mismo que rompes al encontrarte en el rellano.
-¿Cómo está tu padre, vecino?
-Falleció este domingo.
Silencio.
Silencio en las aulas. Silencio en las UCI. Silencio en los cementerios.
Como el de las máquinas del gimnasio. O el de la sala de baile del Zig Zag.
A las doce pasará el último tranvía.
Y todo quedará otra vez en silencio.