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Imagino a mi cliente de niño, volviendo a casa con las botas de fútbol al hombro.

Camina descalzo, sobre la arena.

Ha estado toda la tarde dando unas patadas al balón, aprovechando ese campo de sueños que deja la marea cuando está baja, allá, en una de esas playas de su Norte natal.

Probablemente bromea con algún compañero, burlándose del último “cañete” que le hizo antes de dar por terminada la pachanga.

El otro se lo niega; éste se chotea, hacen un amago… pero nunca llegan a las manos.

Bromas aparte, son camaradas y compañeros; saben que, por encima de todos ellos, está el colectivo. Nobleza obliga.

Imagino a mi cliente acostándose después de hacer los deberes, cerrando los ojos casi al mismo tiempo que su cuaderno escolar y soñando, quizá, con que algún día su foto estaría en los álbumes de cromos que él mismo coleccionaba.

Lejos estaba de saber cómo terminaría su carrera y que su último partido como profesional no lo jugaría en un campo de fútbol, sino en los juzgados.

En realidad es una “eliminatoria” a doble vuelta: primero, por lo social; y, luego, por lo penal.

Antes de acudir al juzgado, hace memoria.

Están al final de la temporada, se juegan el último partido y… para casa. No sabe si el año que viene volverá a vestir la camiseta, porque durante esta que ahora termina han tenido muchos problemas para cobrar.

Además, pasan los años y ya es todo un veterano.

En un mundo -el del fútbol profesional- que maneja cifras millonarias en euros, su ficha movería a la compasión: apenas llega para cubrir los gastos de estancia.

Eso sí, los dirigentes del Club presumen en el palco. De paso, hacen “negocietes” y se intercambian favores.

Repaso los autos. Viendo su ficha, con su foto y su carné federativo, aún me resulta más miserable que le hayan racaneado su pago.

Mundo sórdido.

Es el último partido de liga y los pagos se hacen en el parking de un centro comercial.

Pagos en metálico, nene; de uno en uno, -no sea que el otro se entere de que a tí te pago más-.

En realidad, se paga de forma vergonzante, sin testigos y sin transferencias, con “billetes de-esos-que-se-cuentan”.

Eso sí, nene, fírmame el recibo.

Los informes periciales no dejan lugar a la duda.

La policía ratifica que el recibo está manipulado: le han añadido un guarismo y repasado para disimular. Han sido tan chapuceros que se nota que hay dos tintas diferentes.

Y así lo han presentado en el Juzgado de lo Social. Con un par.

No. El partido aún no ha terminado.

-Árbitro, árbitro…, no mire para otro lado y castigue como se merece a ese marrullero.

Días de fútbol.