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Se trata de un expediente que dura ya doce años.

Empezó como empiezan estos asuntos: con una crisis de convivencia, las prisas para obtener unas provisionales y muchas, muchas, muchas llamadas y reuniones entre letrados para parir -al final- un convenio que fue negociado «in extremis» en el pasillo del juzgado, justo antes de entrar a la sala de vistas.

Firmado el acuerdo, el muchacho inició una nueva vida en la que, por lo visto, no encajaba su hijo, menor de edad… tan menor y tan chico que, hasta que no alcanzó cierta madurez, estuvo pensando que su padre era en realidad el abuelo materno.

Normal, por otro lado, puesto que su padre biológico se desentendió de él desde el minuto uno: primero, no pagando la pensión; y, después, absteniéndose de recogerlo cuando le tocaba, a saber: fines de semana alternos, vacaciones por mitad y esas cosas que todos conocemos.

El abuelo era que el que asumió el papel; con la boca cerrada y la billetera abierta.

Estando así las cosas y colmatado el vaso de la paciencia, se presentó una primera denuncia que obtuvo como resultado que el muchacho se «acordara» de que tenía que pagar un dinero.

Eso sí, una vez «regularizado» el importe, desapareció de nuevo y no volvimos a tener noticias de él hasta que un día, por las cosas que tiene el destino, presentó demanda pidiendo el cambio de custodia.

¿Con qué motivo?

La madre del menor había quedado afectada con graves secuelas a raíz de una rara enfermedad que la mandó a la UVI y casi estuvo a punto de llevarla al otro barrio.

El muchacho se dijo «esta es la mía, pido cambio de custodia y me ahorro más denuncias por impago de pensiones».

Por supuesto, un servidor había archivado el expediente y no tenía ni idea de esto.

En la primera reunión se me cayó el alma a los pies, puesto que mi cliente apenas podía hablar. De hecho, estaba tan impedida que fui yo quien se desplazó a su ciudad de residencia para preparar el caso.

¿Cómo iba a poder ella cuidar al menor si ni siquiera podía valerse por sí misma?

Sentí sobre mis hombros todo el peso del mundo. El abuelo me dijo que si le quitaban la custodia le quitarían la vida: el menor era ahora quien cuidaba de su madre, no paraba de darle cariño y hasta le decía «mami, mira, es muy fácil, yo te ato las cordoneras».

Me recordaba la película «A propósito de Henry», pero, claro, aquí nos jugábamos cosas muy serias. Y no sólo la «vida» de la madre. Es que, de prosperar la demanda, el menor tendría que irse a convivir con un perfecto de desconocido.

Llegó el día de la vista y allá que fuimos todos al Juzgado. Ni qué decir que la otra parte no daba su brazo a torcer y no cabía posibilidad alguna de transacción.

Recuerdo ese dia como si fuera ayer.

Estaba sentado en el estrado, con la toga puesta. Como suele suceder, primero se nos instó a los letrados a tener un «aparte» con Su Señoría Ilma. y el representante del Ministerio Fiscal.

Instruidos ambos del caso, Su Señoría ordenó que pasaran las partes, dando instrucciones al agente judicial, que dijo eso de «vista pública» al tiempo que citaba al demandante, en este caso el muchacho, y a mi cliente, por sus nombres.

Contuve el aliento mientras se abría la puerta.

Tras unos segundos que me parecieron eternos apareció mi cliente, tambaleante, pero con la mirada firme.

Era la determinación hecha persona.

Alcanzó el micro y, cuando llegó su turno, pudo articular algo más que cuatro palabras; todos comprendimos cómo, después de haberle dado la vida a su hijo, era éste quien se la daba a ella, que tenían un lazo de unión aún mas fuerte y que, en definitiva, su convalecencia no le impedía seguir dándole la misma buena vida que ya le procuraba antes de su enfermedad.

La decisión no se demoró mucho y el caso fue sobreseído.

De nuevo el muchacho desapareció y esta vez fue para siempre.

Epílogo

Acumulados varios años de atrasos y tras una segunda denuncia, el muchacho fue condenado por delito de impago de pensiones en virtud de una sentencia a la que llegamos después de otro proceso rocambolesco que merecería otro post… si no fuera porque ya se contó en la prensa.

Actualmente el muchacho sigue en paradero desconocido y con una requisitoria pendiente sobre su cabeza, puesto que a pesar de tener condena firme, no ha pagado ni un céntimo.

Mientras nos queden fuerzas seguiremos luchando porque se haga justicia y que cada cual quede en su lugar.

Y es que en la escuela no te enseñan que algunos asuntos de familia solo terminan cuando la muerte los separa de verdad.