Etiquetas
En este tiempo de dudas e incertidumbres, emerge un principio básico: hay que comportarse como si uno estuviera ya infectado. De esa manera queda claro que, de circular por la vía pública, solo se puede hacer de forma individual. Adiós, por tanto, a la sostenibilidad, al coche y tiempo compartidos. A la reutilización. El plástico ha dejado de ser el malvado de este cuento y se ha convertido en un artículo de primera necesidad. Lo primero, dicen, es sobrevivir.
Si te consideras ya infectado, tampoco hay dudas: adiós a subir y bajar escaleras, a ejercitarse en las zonas comunes de tu comunidad. Aunque sean privadas. Hay que eliminar toda posibilidad de contagio. El muro se estrecha.
Pero no nos pongamos trágicos. Ayer me contaron un chiste muy gracioso, el de la llamada del repartidor de Amazon que pregunta el horario en el que puede pasar a dejar el paquete en casa. El chiste de hoy es el del puente de San José. “¿Dónde has pensado pasar este puente, en el salón o en la terraza?” -nos preguntamos.
Y hablando de padres, muchas consultas a la hora de cumplir los regímenes de visitas en los casos de separación y divorcio. Más allá de lo que acuerden juntas de jueces y especialistas en Derecho de Familia, sentido común; o primeros principios, que diría Hannibal Lecter: por encima de toda consideración, que prime siempre el interés del menor y, segundo principio, comportemonos ya como si estuviéramos infectados.
En el siempre árido BOE observé esta mañana una concesión a la lírica. En la exposición de motivos del último decreto se nos dice que estamos viviendo un tiempo de “disrupción”. Es una palabra que me gusta, que me suena a “distopía”. Será, probablemente, de la misma familia. Me gusta, en cualquier caso, porque anuncia el advenimiento de un nuevo tiempo, una nueva era en la que se vuelvan a barajar las cartas. Pasaremos del “nunca más” y del “para siempre” al “cuánto me alegra haberte conocido” y “cómo valoro las horas que compartimos”. ¿Por qué ha hecho falta una crisis como esta para darse cuenta?
Esta noche no me ha importado saber que no se pueden subir y bajar escaleras, que mañana no puedo ejercitarme en la azotea ni, tampoco, correr por el garaje. Tengo un plan “B”.
Porque esta noche aprendí que hay otras formas de ensanchar una casa: agarrar un cojín -o lo primero que se te ocurra- y empezar a moverse al ritmo del dos por cuatro. Rodear los muebles, subirse a ellos. Cerrar los ojos e improvisar. “Dejate” llevar, viejo, me parece escuchar.
Ya no me importa actuar como si fuera un infectado. Porque, entonces y por vez primera en mi vida, podría atreverme a echar de menos lo que aún no he conocido.