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De nuevo despierto antes de que suene la alarma que, por mantener la rutina, sigue puesta a la misma hora. El silencio lo rompe el tranvía que nunca falla. Me pregunto quién irá dentro, si es que hay pasajeros y si lo desinfectan cada vez que se bajan.
Cuando escribo estas líneas en el edificio de enfrente hacen una especie de gimnasia sincronizada, justo después del aplauso de rigor; la dirige una chica y la hacen con la música a tope. Me parece que hoy hace un poco más de frío. Lo noto en casa, hasta con las ventanas cerradas.
Como no se me ocurre salir ya ni al rellano, he dividido mi casa en dos zonas. Los fans de “La Casa De Tu Vida” las llamarían “zona de día” y “zona de noche”. En mi caso, una operación tan sencilla como cerrar la puerta del pasillo y dejar atrás los dormitorios tiene el mismo efecto psicológico de salir a trabajar por la mañana. La mente se prepara también cuando se mete uno en la ducha, y por supuesto, se pone ropa de calle. Aunque solo sea para ir al salón. O salir guapo en la videoconferencia.
En la zona de trabajo es donde pruebo una rutina de cardio que me han enviado por guasap. El profe es un tal Fausto Murillo, negro como el tizón y con el cráneo rapado. Después de veinticinco minutos intensos, noto como sudo y hasta se me nubla la vista. En la pantalla, al terminar, solo veo unos dientes muy blancos reírse mientras nos suelta una charla motivadora.
Después de tomar un desayuno reparador, empiezo mi primer día de teletrabajo cien por cien; llegó el momento de poner a prueba el sistema, de comprobar que el esfuerzo de digitalización ha merecido la pena. Y parece que sí, aunque todavía me cuesta acostumbrarme al portátil.
Por supuesto que no han faltado llamadas, mensajes de correo y guasaps. Esto último, racionado y filtrado según las horas. Hace unos años escribí un trabajillo sobre gestión de tiempo y, me resulta también curioso, nunca imaginé que al final lo tuviera que poner en práctica -precisamente- en un confinamiento.
Antes de apagar la luz veo las últimas noticias: la detención de una patinadora en Molina de Segura (Murcia), por saltarse las normas y resistencia a la autoridad; la cifra de muertos que aumenta en Italia… A veces nos gustaría que las cosas fueran de otra manera. Pero la realidad te pone en su sitio. Y solo hay que preocuparse por lo que quede a nuestro alcance, dentro de nuestra esfera de influencia. Lo demás genera ansiedad y con ansiedad se toman, siempre, malas decisiones.
Me quedo con los nuevos proyectos y encargos que hoy, a pesar de ser puente, aparecen en el horizonte y quedan anotados para más adelante.