Parece ser que en la serie «Chernobyl» (magnífica, por cierto), lo más impactante fue ver cómo iban liquidando, casa por casa, todas las mascotas que estaban contaminadas.
Daba igual que murieran seres humanos, que nacieran bebés con malformaciones, que la mierda esa que salió de esa explosión pueda ser la explicación -décadas después- a tanto cáncer en personas jóvenes (mira a tu alrededor: seguro que conoces a alguien con cáncer y a ese alguien se lo diagnosticaron con menos de 50 años). Es lo mismo. Estamos anestesiados.
Pero ver cómo mataban a una perrita y a sus cachorros… pordiosbendito, qué duro, ¿no?
Augusto, el emperador romano, lo dijo una vez: «Pefiero ser un cerdo de Herodes a ser un hijo de Herodes».
Bueno. El caso es que con lo del Covid19 está pasando lo mismo. Todos los días, TODOS LOS DIAS repito, mueren cientos de personas en España. Y a nadie parece conmoverle.
Pues, si eso no sirve, imaginen que cada día sacrifican cuatrocientas mascotas, adorables e inocentes cachorrillos, como ese de color canela que jugaba con el papel higiénico… ¿Se lo imaginan?
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!… cuatrocientos “bangs”.
Y, una vez terminada la faena, ponemos todos los perritos muertos, en fila. Una y otra vez. Cada día lo mismo.
Parafraseando aquel viejo anuncio de muebles: «si este texto tuviera imagen, imagínesela».
Y ahora cambie la imagen de los perros por la de personas, con su familia, sus vivencias, sus recuerdos y con una vida por delante.
A ver si por ahí entramos ya en razón.
Que ya no caben más tontos por las puertas de las UCI.