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Por lo que pudimos saber después, el moroso no tenía problemas de liquidez; solo que su madre lo había parido así de chulo.

Me recordaba el típico impresentable que, después de abonar la factura de la comida, se pone a regatear con el camarero y le pide, más bien le exige, “unos golpes” por cuenta de la casa. No un chupito, no; unos gin tonics. Así, por la cara. Golpe el que les daría yo, cada vez que lo hacen.

Pero no disgreguemos. A este “capitán de empresa” le costaba pagar. Y gustaba de dejar un “pico” a cuenta. Su estrategia había sido la de contratar los servicios para toda la campaña agrícola, ir pagando, más o menos puntualmente, y dejar una última factura a cuenta.

En el supuesto que nos ocupa la única “excusa” que se nos dijo era que nuestro cliente “había ganado mucho dinero trabajando con él, así que no le veía ningún reparo en que le dejara a deber la última factura”. Más bien le ofendía que no se le hiciera “una gracia”. Lo decía de corrido y sin ponerse colorado.

El caso es que mi cliente, cansado de echar viajes, nos pasó el expediente y procedimos a reclamarlo judicialmente.

Cuando al empresario de pro le llegó “la papela”, no tenía excusa: el servicio había sido impecable; no había manifestado disconformidad o rechazo; tampoco discutía la certeza del encargo, precio o condiciones de pago. Así que, en realidad, no hubo juicio ni disputa alguna.

Condenado en sentencia firme, al final tuvo que pagar la deuda, lo que verificó consignando el importe en la cuenta del juzgado.

Pero la historia no termina aquí, claro. Se tasaron costas, liquidamos intereses de demora y… otra vez con la misma cantinela, aunque subida de tono, rematada con un “no pago porque no me sale de los h…”.

Así que, sin más aviso, procedimos a ejecutar la tasación de costas y liquidación de intereses que, en cuanto le llegó, pagó en el juzgado.

Pensaría que con eso se había acabado el proceso, pero no era así. De nuevo, se tasaron costas y se liquidaron intereses, esta vez por el trabajo de la ejecución; al llegarle la nueva “papela” esta vez el que corrió para entrevistarse en persona fue el moroso quien, plantado en jarras en la puerta del despacho de mi cliente, le espetó un

Pero, pero, pero… ¿esto cuándo se va a acabar?

Y el bueno de mi cliente, apoyó mano sobre mano en su regazo, se recostó en el sillón y le soltó con su sonrisa beatífica:

No lo sé, Fulano, eso tendrás que preguntárselo a mi abogado. Como yo pago puntualmente mis deudas voy aprendiendo al mismo ritmo que tú; hasta ahora no me sabía el proceso…